sábado, 17 de febrero de 2018

La constelación del perro

Cansada de tantos días de cielos nublados y de noches oscuras cerré los ojos con hastío. -"Qué será de mí sin cielos despejados ni estrellas?"- pensé con amargura. -"Qué sentido tiene ser astrolabio cuando no hay estrellas que observar, cuando no hay un rumbos que trazar?" 

Decidí atracar mi barco. No tenía sentido seguir buscando caminos en la bóveda, creo que no es inteligente aventurarse en búsquedas a ciegas.

Abatida durante días, paralizada por la pena y la tristeza dejé pasar los días. Días sin objetivos. Horas sin fin, los sueños desdibujados en el tiempo crearon una densa e insoportable niebla en mis pensamientos. Me dormí... Y soñé con un perro.

Al despertar,  sentí que, quizás, el ambiente no estaba tan cargado, así que pensé que, ya que había descansado algo y no había mucho que hacer, podía intentar poner a punto mi barco. Quizás no era tan mala idea... -"No siempre hay que estar navegando y buscando" -  me dije a mi misma.

Me di cuenta que había muchas cosas por hacer, pequeños arreglos, otros no tan pequeños... Podía pintar también... No sabía muy bien cómo, ni con mucho entusiasmo, pero decidí que había que ponerse manos a la obra. Al fin y al cabo yo creía que no había mucho más que hacer en aquel momento.

Durante ese tiempo de reparación conocí a gente. Gente interesante, con historias distintas a las mías. Me explicaban cosas de sus viajes y de sus barcos. De sus estrellas y sus cielos.

Sin darme cuenta, las historias fueron despejando el cielo. Eran  como vientos fuertes, y barrían orgullosos cada nube y cada partícula de polvo a mi alrededor.

Una noche alguien me habló de estrellas más brillantes que el sol. Con gran emoción y el corazón palpitante pregunté que dónde estaban esas estrellas -"En la constelación del gran perro." -.

Era de noche, así que levanté la mirada. Sí, brillaba de nuevo, miles y miles cascabeles de plata. Ahí estaban, Quizás era hora de zarpar otra vez...


Imagen editada por mi. Libre de derechos de autor.