Imagen de Yuri Ben Pixabay. Libre de derechos de autor
La
historia de Nyrid
El hada Nyrid era un
hada buena. Le gustaba saltar descalza de orilla a orilla sobre los pequeños
arroyos que regaban el bosque. Cada vez que pasaba saltando de lado a lado y
su pequeño pie tocaba el agua, se escuchaba una brillante y fresca nota
musical distinta que, salto a salto, componía una alegre y divertida melodía.
Nyrid tenía los ojos
transparentes y las personas que alguna vez llegaban a verla, quedaban
atrapadas en su mirada larga e infinita, en dónde creían llegar a atisbar el
origen y el final del mundo y sus secretos. Al fin y al cabo, así es como dicen que ven
los ojos de un hada. Pero Nyrid, en cambio, quedaba enredada, como un pez en
una red, en ese intercambio de miradas y palabras expresadas a través de los
ojos, y la tristeza que las personas llevaban en su corazón, quedaba encerrada
en sus propias pupilas, liberando de la pena a aquellos tenían la suerte de
verla, pero tiñendo de azul la transparente mirada del hada.
Coloriage Wild Album by Emmanuelle Colin, coloreado por mi
A pesar de todo ello,
Nyrid, salto a salto y nota a nota, era capaz de transformar, casi mágicamente,
la tristeza azul que teñía su vivaz mirada, en alegría con su música. Por eso, cuando sus ojos ya, completamente llenos de pena, no pudieron
albergar la tristeza de las personas, su cabeza se cubrió con una bella corona
de flores azules.
Muchas mariposas y otros
pequeños insectos iban con ella, revoloteando en sus flores, saltando ríos,
jugando entre los arbustos o balanceándose sobre las coloridas setas, como
cuando se tumbaba en ellas sobre su pequeño abdomen.
Sin embargo, un día,
Nyrid, se percató de lo pesada que sentía su corona de flores azules en su
cabeza y, aquel día, en vez de saltar, se sentó, cansada, en la orilla del
riachuelo. Allí, sin saber muy bien porqué, empezó a llorar.
Un zorro, que pasaba por
allí, se extrañó de ver un hada quieta y llorando y se le acercó despacio. La
observó en silencio durante un rato, y pudo ver como pequeñas lágrimas azules
resbalaban por las mejillas del hada formando un pequeño torrente que caía hasta
el riachuelo mientras el azul de sus flores se desvanecía lentamente,
tornando el transparente cauce del riachuelo en una suave y hermosa corriente
azul, coloreando con delicadeza el lecho del río.
El zorro, conmovido y a
la vez algo sorprendido, reprimió su deseo de hablarle y abrazarle, quizás
porque en el fondo no sabía muy bien qué decirle, y la acompañó durante un
buen rato en silencio.
Él sabía que las hadas
eran seres mágicos, bellos y sorprendentes, pero no era habitual verlas
llorar.
Cuando ya los primeros
rayos de luna atravesaron las ramas de los frondosos árboles y acariciaron el
riachuelo, Nyrid dejó de llorar.
Su corona de flores,
antes azul intenso, ahora, estaba casi transparente, como sus ojos.
Fue entonces cuando vio
al zorro, allí sentado a su lado, mirándola con curiosidad. El zorro, quizás
un poco tímido, que no quiso ser descortés, la saludó:
-Hola hada. Te vi triste
y me dio miedo que las lágrimas no te dejaran ver si algún peligro te acechaba,
por eso decidí quedarme a cuidar de ti”. – Dijo el zorro, quizás intentando parecer
más útil que curioso.
- Hola zorro. – dijo el
hada. – Gracias por tu interés y ayuda. - Dijo escuetamente Nyrid mientras
fijaba sus ojos transparentes en él.
El zorro asintió con la
cabeza. Se quedaron mirando un rato, en silencio. Un murciélago que
volaba por allí incluso pasó tres veces para escucharlos, pero se cansó y se fue. Finalmente, después de muchos suspiros de líbelula (así contaban el tiempo en el bosque) el hada dijo:
-Tú no cargas con
tristezas, ¿verdad? – cantó en un susurro de hada y mientras lo dijo, un
pequeño torbellino ligeramente dorado, se levantó alrededor de los dos,
levantando varias hojas secas, girando a su alrededor.
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Imagen de Hans Benn en Pixabay. Libre de derechos de autor |
El zorro, con su pelaje
naranja, brillante por las motas doradas del torbellino, se quedó pensando un
momento y dijo con sus ojos puestos en Nyrid:
- No. Yo cargo con la sabiduría. - y mientras lo dijo, su pelaje naranja, brilló tanto que
pareció el mismo sol.
Los ojos de Nyrid se
abrieron, y por primera vez, se tiñeron levemente de un fulgurante amarillo dorado
que abrazaba sus pupilas y que, rápidamente, al igual que ocurrió con sus
ojos, coloreó los suaves pétalos de las flores de su cabeza con brillantes rayos dorados.
El hada y el zorro se
hicieron amigos. Cada conversación bordaba un verano sobre un invierno. Cada
charla sabía a pastel de cerezas. Cada risa era rocío sobre la hierba. Cada
juego era una estrella que besaba la noche.
Tanto charlaron, tanto
jugaron y rieron, tanto aprendieron y tanto compartieron el hada y el zorro,
que se volvieron inseparables.
Una tarde, muy parecida
a la primera en la que el zorro vio por primera vez a Nyrid, se miraron y
recordaron aquel momento con una sonrisa en sus corazones, agradecidos por
haberse encontrado, y súbitamente, como en aquella vez, un repentino
remolino de hojarasca se elevó a su alrededor, esta vez de tonos rojizos. Los
ojos del zorro brillaban de nuevo, y un fulgor rojo intenso, alcanzó de nuevo
los pétalos del hada, coloreándolos como una bella acuarela tricolor. Sus cabellos castaños también se tornaron en un rojo vivo y apasionado.
EL hada y el zorro fueron tan conocidos y su historia tan bella, que, a partir de entonces,
todas las criaturas del bosque cantaron la historia de Nyrid, el hada que
cargaba con las tristezas, la sabiduría y el amor, y su compañero, el zorro.
Autora: Inma García.
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