martes, 18 de junio de 2019

Primer relato corto de "Historias de un Bosque de Hadas": La historia de Nyrid


                             Imagen de Yuri Ben Pixabay. Libre de derechos de autor


La historia de Nyrid

El hada Nyrid era un hada buena. Le gustaba saltar descalza de orilla a orilla sobre los pequeños arroyos que regaban el bosque. Cada vez que pasaba saltando de lado a lado y su pequeño pie tocaba el agua, se escuchaba una brillante y fresca nota musical distinta que, salto a salto, componía una alegre y divertida melodía.

Nyrid tenía los ojos transparentes y las personas que alguna vez llegaban a verla, quedaban atrapadas en su mirada larga e infinita, en dónde creían llegar a atisbar el origen y el final del mundo y sus secretos. Al fin y al cabo, así es como dicen que ven los ojos de un hada. Pero Nyrid, en cambio, quedaba enredada, como un pez en una red, en ese intercambio de miradas y palabras expresadas a través de los ojos, y la tristeza que las personas llevaban en su corazón, quedaba encerrada en sus propias pupilas, liberando de la pena a aquellos tenían la suerte de verla, pero tiñendo de azul la transparente mirada del hada. 

Coloriage Wild Album by Emmanuelle Colin, coloreado por mi


A pesar de todo ello, Nyrid, salto a salto y nota a nota, era capaz de transformar, casi mágicamente, la tristeza azul que teñía su vivaz mirada, en alegría con su música. Por eso, cuando sus ojos ya, completamente llenos de pena, no pudieron albergar la tristeza de las personas, su cabeza se cubrió con una  bella corona de flores azules.

Muchas mariposas y otros pequeños insectos iban con ella, revoloteando en sus flores, saltando ríos, jugando entre los arbustos o balanceándose sobre las coloridas setas, como cuando se tumbaba en ellas sobre su pequeño abdomen.

Sin embargo, un día, Nyrid, se percató de lo pesada que sentía su corona de flores azules en su cabeza y, aquel día, en vez de saltar, se sentó, cansada, en la orilla del riachuelo. Allí, sin saber muy bien porqué, empezó a llorar.

Un zorro, que pasaba por allí, se extrañó de ver un hada quieta y llorando y se le acercó despacio. La observó en silencio durante un rato, y pudo ver como pequeñas lágrimas azules resbalaban por las mejillas del hada formando un pequeño torrente que caía hasta el riachuelo mientras el azul de sus flores se desvanecía lentamente, tornando el transparente cauce del riachuelo en una suave y hermosa corriente azul, coloreando con delicadeza el lecho del río.

El zorro, conmovido y a la vez algo sorprendido, reprimió su deseo de hablarle y abrazarle, quizás porque en el fondo no sabía muy bien qué decirle, y la acompañó durante un buen rato en silencio.
Él sabía que las hadas eran seres mágicos, bellos y sorprendentes, pero no era habitual verlas llorar.

Cuando ya los primeros rayos de luna atravesaron las ramas de los frondosos árboles y acariciaron el riachuelo, Nyrid dejó de llorar.

Su corona de flores, antes azul intenso, ahora, estaba casi transparente, como sus ojos.
Fue entonces cuando vio al zorro, allí sentado a su lado, mirándola con curiosidad. El zorro, quizás un poco tímido, que no quiso ser descortés, la saludó:
-Hola hada. Te vi triste y me dio miedo que las lágrimas no te dejaran ver si algún peligro te acechaba, por eso decidí quedarme a cuidar de ti”. – Dijo el zorro, quizás intentando parecer más útil que curioso.
- Hola zorro. – dijo el hada. – Gracias por tu interés y ayuda. - Dijo escuetamente Nyrid mientras fijaba sus ojos transparentes en él.

El zorro asintió con la cabeza. Se quedaron mirando un rato, en silencio. Un murciélago que volaba por allí incluso pasó tres veces para escucharlos, pero se cansó y se fue.  Finalmente, después de muchos suspiros de líbelula (así contaban el tiempo en el bosque) el hada dijo:

 -Tú no cargas con tristezas, ¿verdad? – cantó en un susurro de hada y mientras lo dijo, un pequeño torbellino ligeramente dorado, se levantó alrededor de los dos, levantando varias hojas secas, girando a su alrededor.

Imagen de Hans Benn en Pixabay. Libre de derechos de autor
El zorro, con su pelaje naranja, brillante por las motas doradas del torbellino, se quedó pensando un momento y dijo con sus ojos puestos en Nyrid:
- No. Yo cargo con la sabiduría. - y mientras lo dijo, su pelaje naranja, brilló tanto que pareció el mismo sol.

Los ojos de Nyrid se abrieron, y por primera vez, se tiñeron levemente de un fulgurante amarillo dorado que abrazaba sus pupilas y que, rápidamente, al igual que ocurrió con sus ojos, coloreó los suaves pétalos de las flores de su cabeza con brillantes rayos dorados.
El hada y el zorro se hicieron amigos. Cada conversación bordaba un verano sobre un invierno. Cada charla sabía a pastel de cerezas. Cada risa era rocío sobre la hierba. Cada juego era una estrella que besaba la noche.

Tanto charlaron, tanto jugaron y rieron, tanto aprendieron y tanto compartieron el hada y el zorro, que se volvieron inseparables.

Una tarde, muy parecida a la primera en la que el zorro vio por primera vez a Nyrid, se miraron y recordaron aquel momento con una sonrisa en sus corazones, agradecidos por haberse encontrado, y súbitamente, como en aquella vez, un repentino remolino de hojarasca se elevó a su alrededor, esta vez de tonos rojizos. Los ojos del zorro brillaban de nuevo, y un fulgor rojo intenso, alcanzó de nuevo los pétalos del hada, coloreándolos como una bella acuarela tricolor.  Sus cabellos castaños también se tornaron en un rojo vivo y apasionado.

EL hada y el zorro fueron tan conocidos y su historia tan bella, que, a partir de entonces, todas las criaturas del bosque cantaron la historia de Nyrid, el hada que cargaba con las tristezas, la sabiduría y el amor, y su compañero, el zorro.

Autora: Inma García.